sábado, 26 de abril de 2014

Tilapia - Prólogo: La Tripulación que el Tiempo Olvidó

Lo que están a punto de observar no es nada más que mentiras. Ficción pura. Tan sólo fantasía; historias falsas que nos contamos a nosotros mismos para entretenernos un rato y olvidarnos de nuestros problemas, o quizá para tratar de comprendernos o para aprender o para creer que aprendemos. Y para que exista una historia generalmente se necesitan dos ingredientes; alguien que la cuente y alguien que la escuche. Es muy importante que existan estos dos elementos ya que sin ellos, el relato muere, no puede existir. Aquel que cuenta la historia requiere a alguien que la reciba o en mejores palabras, alguien a quién engañar y quien acepta el relato necesita - por supuesto- ser engañado. ¿Qué acaso no lo necesitamos todos?

Es todo un círculo vicioso, un ejercicio autopoyético de la imaginación.

Pero esta narración pertenece a ese tipo raro de ficción en la que los límites de la realidad no están bien delimitados. Es decir, se intersectan constantemente, coinciden en tiempo y espacio, hasta el punto en el que son casi indistinguibles e indivisibles. Los hechos y las entelequias de repente son uno mismo, la ilusión es una certeza y lo más creíble, irónicamente resulta ser lo fantástico.

¿Quién dijo qué, a quién y por qué? ¿Y qué tanto de esto es cierto?” La verdad es que no existe una verdad. Todo es un cúmulo de incertidumbres y usted, estimado espectador ya forma parte de ella, lo quiera o no. Y es que en el fondo quizá todos seamos un poco insensatos y pidamos a gritos que nos engañen y nos fascinen, una y otra vez. Qué cosa más extraña…

Pongan mucha atención:

Del libro “Plagas y Placeres del Mar Profundo” (1997) escrito por el famoso biólogo marino, el Doctor Elías Humbert Flores Uhlenbrock.

A vísperas del siglo pasado, en 1900 para ser exactos, la Compañía de Desarrollos de California comenzó la construcción de canales de riego para desviar el agua del Río Colorado al Sumidero de Salton, un lecho de un lago seco. Después de la construcción de dichos canales, el Sumidero se volvió fértil durante un tiempo, lo cual permitió a los agricultores sembrar cultivos.

Sin embargo, al cabo de dos años, el Canal Imperial (o canal del Álamo) se llenó de sedimentos del Río Colorado. Los ingenieros trataron de aliviar los bloqueos en vano. Para 1905, las fuertes lluvias y el deshielo habían hecho que el Río Colorado se hinchara, invadiendo un conjunto de vías principales del Canal del Álamo. La inundación resultante se vertió por el Canal e irrumpió un dique en el Valle Imperial, erosionando dos cursos de agua, el Río Nuevo -al oeste- y el río Álamo -al este- cada uno de aproximadamente 60 millas (97 km.) de largo. Durante un período de cerca de dos años, estos dos ríos recién creados transportaron esporádicamente el volumen entero del río Colorado en el Sumidero de Salton.

El Ferrocarril Pacífico del Sur intentó detener la inundación vertiendo tierra en el área de las vías principales del canal pero su esfuerzo no fue lo suficientemente rápido y, mientras el río se fue erosionando más y más en la seca arena del desierto del Valle Imperial, se creó una gran cascada que comenzó a cortar rápidamente río arriba a lo largo del camino del Canal del Álamo, el cual ahora era ocupado por el Río Colorado. Dicha cascada medía inicialmente 15 pies (4,6 m.) de altura pero creció hasta una altura de 80 pies (24 m.) antes de que el flujo a través de la brecha fue finalmente detenido.

Mientras la cuenca se fue llenando, la ciudad de Salton, un apartadero del Ferrocarril del Pacífico del Sur y algunas tierras pertenecientes a la tribu de nativos americanos Torres-Martínez quedaron sumergidas. La llegada repentina de agua y la falta de drenaje de la cuenca dieron como resultado la formación de un nuevo mar; el Mar Salton.

Fue así como a través de la acción e ingenuidad de fuerzas externas que el hombre logró engañar a la naturaleza y creó su propio mar accidental. Helo ahí. Justo en medio del desierto. 350 millas cuadradas inmersas en la confusión. El cuerpo de agua más grande de California, y ni siquiera se supone que estuviera ahí. Vida en el lugar más inhóspito y exánime que pudiéramos imaginar. Un milagro en el desierto.

Al percatarse de esto, contratistas y agentes de bienes raíces rápidamente trataron de convertir el desastre ecológico en una oportunidad de negocios. Resorts, clubes de yates y casas de verano fueron levantadas a la menor provocación y por un momento el sueño americano pareció cada vez más real. Sin embargo, pese al poderío de la infraestructura estadounidense, las horribles y heroicas condiciones climáticas se defendieron y el mar Salton se tornó contra la humanidad.

Verán, al no tener un flujo de salida -únicamente de entrada- el Salton se convirtió en un sistema de cambio acelerado; variaciones en los escurrimientos agrícolas causaron fluctuaciones en el nivel del agua y la relativamente alta salinidad de la afluencia que alimentaba al mar dio lugar a un perpetuo aumento salino. Desde entonces, la concentración ha incrementado en aproximadamente un 1% al año.

Para la década de los sesenta, la salinidad del Salton había alcanzado los 44 gramos por litro, mayor que las aguas del Océano Pacífico. Los residuos agrícolas, combinados con el calor y la presencia de otros minerales en el agua dieron origen a la proliferación de algas marinas y elevados niveles bacterianos. Dichas algas roban al agua sus nutrientes hasta el punto en el que ya no contiene el suficiente oxígeno para que los peces puedan respirar. Y éstos, ahogados en la ironía, mueren y sus cadáveres son arrastrados a la orilla.

Los turistas crédulos y los inversionistas ineptos despertaron un día sólo para encontrar a sus narices y ojos, petrificados e indefensos contra el mórbido espectáculo que ante ellos se presentaba.

Playas repletas no de arena ni conchas, sino de los esqueletos pulverizados de incontables millones de peces que habían perecido ante la salinidad, el vaciado de pesticidas y el sofocante calor del desierto californiano. Y sus restos emitían un olor a vísceras y a abominaciones, a infausta sangre coagulada -una atmósfera putrefacta irrespirable- como un ominoso presagio de lo que les deparaba. Ya que por cada segundo que permanecieran en ese lugar maldito, los peces se acumularían cada vez más, sus osamentas comiéndose la tierra, reclamando un nuevo hogar al haber sido expulsados del océano.

Todos huyeron. No hubo más edén, no más paraíso bajo el sol. La vida que tan estrepitosamente había sido creada como por arte de magia se rebeló contra sí misma -incapaz de aguantar un minuto más el exquisito narcisismo del hombre posmoderno- y puso fin a la simulación. El único espejismo sincero del desierto se quedó dormido esperando vecindarios y carreteras que nunca llegaron y entonces, la tierra prometida murió y de sus despojos emergieron pueblos fantasmas a lo largo de toda la costa. Helo ahí. Congelado en el tiempo, el Valiente Nuevo Mar como un pequeño recuerdo de que algunas cosas sencillamente están destinadas a no tener destino.

Y aunque todos los científicos especializados, incluyendo el famoso biólogo marino, el Doctor Elías Humbert Flores Uhlenbrock concuerden que el Salton está destinado a secarse tarde o temprano, hay todavía algunos que aseguran que el triste océano sigue latiendo. Pues por cada mililitro de mar que se evaporase, víctima de las mismas circunstancias que lo engendraron, los peces en su pugna taciturna lo volverían a llenar dulcemente de lágrimas.

Creo que este es un buen momento para contarles que todo esto pasó en la vida real. No es el prefacio de una obra de ciencia ficción post-apocalíptica, ni mucho menos. Sucedió en esta vida, en ninguna otra, en California de 1900 a 1960, producto de un pequeño error de cálculo que desencadenó una aventura geológica de ridículas proporciones que hasta la fecha continua desdoblándose.

Parece ser que el cuento del Mar Salton es uno de los casos que Mark Twain mencionaba, en los que la realidad supera a la ficción.

¿Quién dijo qué, a quién y por qué? ¿Y qué tanto de esto es cierto?” La verdad es que no existe la mentira. No hace falta. La realidad es más que suficiente para contar esta quimera.

Por lo tanto, empecemos esta farsa.

martes, 8 de abril de 2014

We have moved

I wonder if the cockroaches
still crawl in Dave an’ Terri’s
fifteenth street kitchen
I wonder if they’re the same cockroaches
ah yes the times’ve changed
Dave still scorns me for not readin’ books
an’ Terri still laughs at my rakish ways
but fifteenth street has been abandoned
we have moved . . .
the cats across the roof
mad in love
scream into the drain pipes
bringing’ in the sounds of music
the only music
an’ it is I who is ready
ready t’ listen
restin’ restin’
a silver peace
reigns an’
becomes the nerves of mornin’
an’ I stand up an’ yawn
hot with jumpin’ pulse
never tired
never sad
never guilty
for I am runnin’ in a fair race
with no racetrack but the night
an’ no competition but the dawn.

- Bob Dylan (Mayo 24, 1941)
Músico, poeta y escritor estadounidense.
En Eleven Outlined Epitaphs