lunes, 19 de julio de 2010

Paréntesis

Todos tenemos hábitos extraños, de eso no me queda duda.
Unos bastante asquerosos, como British que se fuma los cigarros hasta el filtro.
Casi no queda blanco cuando los apaga, todos le decimos que algún día se va a quemar el hocico.
Pero lo sigue haciendo por comodidad, más que por otra cosa.
Otros son diminutos, casi imperceptibles.
Como Félix, que se lleva la guitarra cada vez que va al baño.
A cagar, obviamente.
Tarda años ahí adentro, por lo de su metabolismo.
Por eso lo hace, para entretenerse en lo que termina.
Casi nadie sabe eso, yo me di cuenta un día que fui a comer a su depa.
Se pone a tocar a los Maccabees o a Radiohead o a cualquiera de esas bandas ahí adentro.
Lo he oído.

Fio se sienta siempre con las piernas dobladas, una encima de la otra. Como si estuviera haciendo yoga.
Siempre lo hace. En los bancos de la escuela, en las escaleras, hasta en los asientos del metro.
Quizá sea porque es muy pequeña y cabe prácticamente en todos lados.
Alicia no se ha dado cuenta pero siempre se está tocando el pelo.
¿Sabes qué hace con frecuencia? Forma un bigote con su mechón más largo.
Es muy divertido verla porque se te queda viendo fijamente, de verdad está concentrada en la conversación que tiene contigo pero sus manos se mueven inconscientemente, sus dedos rizan su cabello y se lleva una porción grande abajo de la nariz.
Las he visto.

Pepe habla muy rápido, casi no se le entiende a lo que dice. Eduardo no mira a la gente a los ojos.
Jey deja inconclusas las tazas de café, cuando éste se torna frío.
Yo escribo. Toda la vida he escrito.
Arranco las hojas usadas de cuadernos viejos y los convierto en confesionarios que llevo a todas partes.
Ese es mi hábito y obsesión.
Por las noches es cuando escribo más, cuando me topo con la nada y el vacío me posee.
Siempre me encuentra frente a la computadora, buscando algo que me haga olvidar o distraerme.
Pero pronto llega el pánico y me arrebata la calma y caigo en la inseguridad.
No puedo contener la inmensa soledad que me abate y ver a todas esas personas unidas por un cable, tan distantes entre ellas, me hace sentirlas tan distantes de mí.

Entonces no tengo ganas de nada más que de escribir.
Escribir sobre estos hábitos mortales que tengo. Este hábito mortal que es recordar.
Recordar sus modos, sus gestos, sus maneras,
Los supe muy bien cada uno de ellos
casi los memoricé.
Y claro, los escribí:
"                           "
Esos que odié profundamente y aquellos que me propuse odiar pero que realmente nunca pude.
Y en los que terminé encontrando afecto y calor.
Recordar que en el fondo sólo somos ofertas que expiran, algún día expirarán.
O en mi caso, ya han expirado.

Cuando viajé por el país me acordé de Paola y de su enfermiza costumbre de fotografiarlo todo.
Precisamente porque me sorprendí haciendo lo mismo.
Fue muy chistoso, como si nos heredáramos los hábitos. O nos los contagiáramos.
Sin embargo trato de no hojear esas fotos. No verlas más.
Las metí entre las hojas de uno de mis cuadernos más antiguos, donde deben de ir, junto con todo lo que ha caducado, porque de otra forma empezaría la reacción en cadena y volvería a recordar y a arrepentirme y a temblar de miedo y de dolor y de la impotencia.
Y encontraría que sigues aquí en tantas maneras y que ya no sé qué hacer con estas ganas de palparte.
Tocar esto, todo esto que es tanto, tanto, y que ya no puede ser más que la niebla de ti.

martes, 13 de julio de 2010

Luciérnagas

Félix estaba allí la noche que nos drogamos tanto que empezamos a decir pendejadas.
Ya sabes, puras pendejadas.
Pero en ese momento nos creíamos grandes poetas, en serio.
Creíamos que estábamos teniendo la conversación más profunda.
¿Cómo se llama eso? Seudo-filosofía o lo que sea.

Queríamos escribir canciones fantásticas desesperadamente.
Queríamos ser una banda de verdad con canciones propias, y buenas. Ya sabes, música de verdad.
Así que fue una decisión unánime ya que nada más había funcionado.
Además, lo vimos como una especie de terapia de grupo.
Fue la primera vez que fumamos marihuana.

Nos fuimos a acampar los cuatro: Diego, Raúl, Félix y yo.
La verdad es que fuimos más que principiantes. Fuimos los junkies más tetos y estúpidos del mundo.
Ni siquiera pudimos armar bien un porro.
Cuando finalmente pudimos, encendimos nuestras esperanzas e inhalamos curiosamente.

Todos hicimos estupideces mientras nos drogamos.
Diego no podía parar de reírse, ni siquiera se podía sentar bien, constantemente chocaba con Félix.
Raúl estaba de chistosito. Le había dado payaso, todo le era hilarante y quería que todos nos carcajeáramos con él.
Para ser honesto, yo me sentí raro casi todo el tiempo, no podría describir el sentimiento.
Al principio estaba muy nervioso. Mi cara estaba entumida, mis dedos congelados.
Mi mente funcionaba de forma hiperactiva pero por alguna razón, sentía como si el tiempo se hubiera alentado un poco.
Luego, no sé porqué, dije algo sobre una gota de agua que caía en una flama enorme, extinguiéndose, lo cual sonó medio poético, así que lo apuntamos inmediatamente en una pequeña libreta que traíamos a todas partes, a aquí y a allá, por si acaso se nos ocurría alguna letra impresionante.
Al final, no escribimos ni madres. Babosadas ilegibles y una sola y triste frase.
Eso fue todo.

Pero Félix estaba diferente. Me acuerdo muy bien.
Él estaba tan sólo recostado en su sleeping, viendo al techo de la tienda de campaña.
Raúl había puesto ‘Lucy in the Sky with Diamonds’ en su celular, para agarrar el feeling y eso había hecho que Félix descendiera por un hoyo; dijo que sentía como si estuviera en ese barco, navegando por el  río con los árboles de mandarina y todo. Nos cagamos de risa.
Estaba drogadísimo.

El chiste es que ni siquiera estaba tratando de ser chistoso.
Recuerdo que dijo, medio inspirado, medio confundido:

-En serio puedo ver el cielo de mermelada y sentir la corriente y todo. Se siente increible. ¿Qué no se supone que la marihuana no daba efecto visual?...
O esta es excelente mota, o de plano mi cerebro se está luciendo.-

Pero luego dijo algo que ninguno de los tres se esperaba.

-En ocasiones como esta, pienso que la imaginación es la cosa más poderosa del mundo.
Realmente no tenemos límites.
Y quizá eso por eso que todo lo que construimos es, hasta un punto, peligroso.
Nuestras ideas pueden arrastrarse de vuelta cuando quieran,  si se lo permitimos.
Podemos perdernos a nosotros mismos y dejar de ser los dueños.
Rebeldía, en todo lo que alguna vez creímos nuestro.
Como si un día nuestra sombra se volteara y gritara:
¡DEJA DE SEGUIRME!
O si los fantasmas de nuestras mentes, esos millones y millones de pedazos de luz, Luciérnagas neuronales,
Nos crearan cada milésima de segundo, en infinita sinapsis.
Y como si el amigo imaginario de nuestra infancia regresara y nos retara, exclamando:
‘¿Sí te das cuenta que todo este tiempo fuiste tú la creación y yo fui el original?’
Como si fuéramos tan sólo la estela de todo lo que hacemos,
De todo lo que decimos. 
Fácilmente superados por nuestros inventos.
¿Nunca han pensado en eso?-

Después de eso permanecimos callados un rato. Creo que fue eso fue lo menos estúpido que se dijo esa noche.
Aunque no lo crean, incluso en nuestro estado mental, reflexionamos sobre sus palabras.
Estoy seguro. Incluso si sólo fue por unos segundos.
Eventualmente regresamos a nuestras pendejadas, nuestras risas, nuestro zurcido.
Cosiendo esa amistad tan rota por nuestras ambiciones y deseos de ser alguien en la vida.
Pero ahora que hemos crecido y nos hemos distanciado, esas nociones viejas suenan tan tontas,
Tan superficiales.
Al menos para mí.
Esos tiempos puede que nunca regresen, ¿sabes?
Pero me gusta pensar que no están del todo perdidos, y eso me tranquiliza.
No, no perdidos. Sólo algunas millas lejos.

Recolecto todos esos momentos, los significativos por lo menos, e imagino que son un tren viejo y oxidado que vaga ferozmente sobre sus pistas, apresurándose a través de una vía aparentemente infinita, yendo cada segundo más rápido y estirándose hasta que rompe con el horizonte. 
Pero no puedo evitar perder su rastro, lo único que queda es vapor. 
Y se va. Ha desaparecido. 
Solamente el polvo permanece en los durmientes gastados. 
Y el plateado olor del carbón y del tiempo y de todo lo irreversible.