martes, 25 de enero de 2011

The Art of Drowning


I wonder how it all got started, this business
about seeing your life flash before your eyes
while you drown, as if panic, or the act of submergence,
could startle time into such compression, crushing
decades in the vice of your desperate, final seconds.

After falling off a steamship or being swept away
in a rush of floodwaters, wouldn't you hope
for a more leisurely review, an invisible hand
turning the pages of an album of photographs-
you up on a pony or blowing out candles in a conic hat.

How about a short animated film, a slide presentation?
Your life expressed in an essay, or in one model photograph?
Wouldn't any form be better than this sudden flash?
Your whole existence going off in your face
in an eyebrow-singeing explosion of biography-
nothing like the three large volumes you envisioned.

Survivors would have us believe in a brilliance
here, some bolt of truth forking across the water,
an ultimate Light before all the lights go out,
dawning on you with all its megalithic tonnage.
But if something does flash before your eyes
as you go under, it will probably be a fish,

a quick blur of curved silver darting away,
having nothing to do with your life or your death.
The tide will take you, or the lake will accept it all
as you sink toward the weedy disarray of the bottom,
leaving behind what you have already forgotten,
the surface, now overrun with the high travel of clouds.
Billy Collins. Del libro de poemas epínome The Art of Drowning.

domingo, 16 de enero de 2011

martes, 11 de enero de 2011

Todo lo que solíamos ser

Cuando tenía 15 años tuve mi primera novia. Es decir, mi primera novia seria. Se llamaba Laura y no teníamos absolutamente nada en común. Me cago de risa cuando me acuerdo de ella. Era alta, muy alta y delgada, cabello lacio obscuro, gran cuerpo, poco cerebro. Tenía una afición enferma por Harry Potter: libros, películas, todo relacionado a ese cabrón. Laura. Me cago de risa.

No podría explicar porqué duramos tanto, casi 2 años y medio. Casi toda la preparatoria. Ni yo mismo lo entiendo. Bueno sí... quizá sí. Los dos quedamos apendejados por las mieles prematuras del amor, y claro, las del sexo (muy importante, quizá la más importante de todas). Tuvimos sexo a los nueve meses de novios. Ambos teníamos 16, ambos eramos torpes e inexperimentados y ambos sentimos dolor y después placer. Dolor y placer.

Así fue como nos enamoramos. Creíamos estar enamorados; lo repetíamos tanto como si de alguna manera el decir las palabras una y otra vez hiciera que fuera cierto. La verdad es que yo nunca la amé. No sé si ella alguna vez lo hizo, lo único que sé es que yo no, hasta ahora me doy cuenta. Eramos jóvenes, estúpidos, celosos, irresponsables.

Acabamos la preparatoria y ella se fue de la ciudad pero quería que continuáramos nuestra relación. Duramos dos meses a distancia, hasta que un puente ella regresó y salimos a cenar. Le dije que no estábamos yendo a ningún lado. Lloró. Fue en una restaurante de comida italiana muy romántico.

Muy poco después de eso me enteré que ya tenía otro novio y que se iría a Francia a "estudiar". Cuando regresó de Europa se había convertido en una espléndida puta de tiempo completo. Quiso que nos viéramos para platicar y tomar café. Accedí. Toda la noche estuvo insinuándoseme pero me negué, le dije que yo tenía novia. Después de eso dejamos de vernos y de compartirnos nuestras respectivas vidas.

Esa era mi segunda novia, Sofía. Yo tenía 19 y ella 17. Era todo lo contrario a Laura: Pequeña, tez blanca, cabello castaño. Nos conocimos en la universidad cuando yo también emigré de la ciudad. Nos besamos en un billar, semiembriagados y casi terminamos fajando. Ella era aficionada al cine y al café. Hablabamos horas de libros, de música, visitábamos con frecuencia la Cineteca. Al principio fumábamos pero como ambos teníamos asma, lo dejamos juntos. Nos gustaba fumar mientras tomábamos café que preparábamos en mi casa. Ella me enseñó que el sedimiento que se queda en el filtro de la cafetera se llamaba borra, y que sirve como fertilizante. Fue lo que usamos para hacer crecer unas plantas que compramos en el mercado de la colonia. Pero después, un día mientras lavaba los platos, ella rompió sin querer la cafetera y no hubo más café.

Duramos un año. Durante ese tiempo compartimos infinidad de cosas. Le escribí cientos de cartas e historias, cuentos. Hacíamos el amor. Ella había cogido con más personas que yo, lo cual siempre me generó conflicto. Era celosa e inmadura, cualidades que por más que la amaba, me frustraban y que hacían que, en secreto, deseara que algún día cambiara. La llevé a conocer a mi familia, a mis amigos. La llevé a conocer mi ciudad, mis lugares, mi pasado. Ambos tuvimos errores, errores mortales. Creo que nunca nos dimos cuenta del daño que nos hicimos involuntariamente. Terminamos y nunca nos volvimos a hablar. Hasta la fecha la veo caminar por la escuela siempre con su nuevo novio de la mano. Todavía leo su blog. Todavía leo mis entradas dedicadas a ella. A veces me sorprendo a mí mismo extrañándola más de lo que aceptaría. Muy poca gente realmente supo cuánto la amé.

Ahora, a los 21, tengo mi tercera novia. Su nombre es Ana. Tiene unos ojos enormes y redondos como la luna, la cual me ha dicho le agrada bastante.

Constantemente tengo recuerdos de mis antiguos amores y siento como si de alguna forma estuviera siendo infiel. A veces quisiera no hacerlo, no pensar tanto en ellas porque no estoy seguro de que ellas hagan lo mismo. Me mata la curiosidad gran parte del tiempo el preguntarme si  me regresarán el acto. Me gusta creer que sí, aunque en el fondo sé que es muy improbable.

El otro día estaba viendo un cortometraje muy bueno en el que leí la frase: "Toda mi vida he creído que todo es posible, incluso amar a una persona."

No sé a cuántas personas haya amado. Sé que son pocas y que probablemente falten muchas. Es por eso que creo que en terrenos del amor, nadie nunca llega a decidir nada, son las posibilidades de la lógica las que inadvertidamente retan a lo absurdo del sentimiento y que, por obvias razones siempre se impone lo irracional que resulta amar a alguien. Pienso en todo eso y me gusta creer que la frase es cierta y que hasta lo más imposible, como el amor, sucede, ya que necesitamos de esa locura, y si pudiera controlar algunas cosas pediría que no olvidáramos esos lugares comunes que tuvimos con esas personas, como Laura con sus libros, Sofía con su humo y su cigarro y Ana con sus hermosos ojos de luna.

A veces tengo tantas cosas en la cabeza que no sé qué pensar. De alguna manera sigo firme en dejar ir esas historias previas, poco a poco, tratar de no aferrarme a ellas por vías como la amistad o la cordialidad. Simplemente dejarlas ir. Pero luego me llega esta incontenible necedad y me vienen historias y momentos de Laura, Sofía o Ana y entonces pienso y me convenzo de que todas esas personas que vienen y van, que estuvieron y se fueron siguen funcionando en algún nivel muy profundo dentro de nosotros, como la borra del café, esperando algún día ver florecer nuevas cosas.