domingo, 18 de octubre de 2009

Ladrillo por ladrillo

"La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo, (Et tous nos amours, sollozó Emmanuèle boca abajo), lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar. Y porque se ha salido de la infancia (Je n'oublierai pas le temps des cérises, pataleó Emmanuèle en el suelo) se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato. Que era lo que sabía Heráclito, metido en la mierda (...) y por los mocos y el semen y el olor de Emmanuèle y la bosta del Oscuro se entraría al camino que llevaba al kibbutz del deseo, no ya subir al Cielo (subir, palabra hipócrita, cielo, flatus vocis), sino caminar con pasos de hombre por una tierra de hombres hacia el kibbutz allá lejos pero en el mismo plano, como el Cielo estaba en el mismo plano que la Tierra en la acera roñosa de los juegos, y un día quizá se entraría en el mundo donde decir Cielo no sería un repasador manchado de grasa, y un día alguien vería la verdadera figura del mundo, patterns pretty as can be, y tal vez, empujando la piedra, acabaría por entrar en el kibbutz."
-Julio Cortázar.
Rayuela, Cap. 36


Aún llevo la costra de tu presencia pasajera. El mapa que me tracé tantas veces terminó por extraviarme, perdido en círculos y mis veletas perecieron ante el huracán de tu ironía. No es necesario justificarse, lo hecho hecho está. Lazos destruídos, amargas palabras que duelen y seguirán doliendo y ¿todo para qué? No lo sé. En algún momento lo supe pero hoy desconozco. Y hoy parcho mi soledad con fragmentos de un consuelo roto.

El camino se reconstruye lentamente, es un proceso que algunos deciden no llevar pero que se coloca ladrillo por ladrillo por una razón. Cada peldaño nuevo es un paso lejos de tí y más cerca de alcanzar ese kibbutz del que nos habla Cortázar. Y así quizá, en algún renovado encuentro con el gis, la ayuda de un confiable zapato, una acerca intrépida y desgastada y un hermoso dibujo confeccionado cuidadosamente, podré jugar a la Rayuela una vez más. Hacer que mi piedrita vuele, esquivar el Cielo y la Tierra, esquivar la cobardía, la hipocrecía y con un suave soplo entrar despacio, deslizarse, casi susurrando en la inmensidad del kibbutz.