miércoles, 18 de julio de 2012

Esta Pequeña Huella Fantasma


La gloria está en los libros que leímos, 
las películas que aplaudimos
y en las muchas veces que bailamos.
Y no bailamos solos...
Nunca bailamos solos.
-Paco Ignacio Taibo II


Casa de mis abuelos. Los años 90. Mi primo Arturo, de nueve, y yo de ocho, acostados en el enorme sofá de la sala, el lugar al que nunca entraba nadie porque hacía demasiado calor. Era una noche pálida, una lluvia constante ametrallaba nuestras paredes, como lo hacía casi todos los veranos, y escuchábamos los relámpagos caer a la distancia mientras fingíamos, en el fondo, no estar un poquito asustados. Era ya tarde. Todos en la casa dormían menos nosotros. No podíamos, algo nos mantenía despiertos oyendo también los trenes pasar a las afueras de la ciudad. Mis papás acababan de divorciarse, los de Arturo tenían casi dos años de haberlo hecho. Él vivía con su padre, quien siempre lo ignoraba. Yo vivía con mamá y con mi hermana Lucía, quien acababa de nacer y requería mayores atenciones, por lo que casi siempre me dejaban al cuidado de mis abuelos. 

Arturo pasó todo ese verano con nosotros porque su papá se había ido de viaje con su nueva novia. Por la mañana jugábamos fútbol, salíamos a andar en bicicleta por la colonia o nadábamos en el jardín, en la alberquita de plástico destartalada que tenían en la casa desde antes que yo naciera. Por las noches nos desvelábamos jugando Super Nintendo o viendo la tele. Mi primo había traído varias películas VHS de su casa, la mayoría caricaturas de Disney y las primeros largometrajes animados de Pixar. La pubertad todavía estaba a unos años de distancia pero nuestro descubrimiento del sexo gracias a la programación nocturna de los canales clandestinos y la enigmática figura femenina de nuestras primeras películas porno había empujado a Arturo a inspeccionar el catálogo de películas de su padre. Un noche, cuando no había nadie en casa, mi primo puso en la videocasetera una cinta en la que, según él, "se veía". Esa película era Trainspotting. La vimos completa, esperando la famosa escena de sexo entre Renton y Diane, pero nos quedamos por la trama. Aunque no la entendimos del todo (sabíamos que tenía que ver con drogas, las cuales nos habían dicho siempre que "eran malas" pero no teníamos idea del porqué o de cómo funcionaban) nos fascinó la cinematografía, la historia, los personajes, el humor negro, la música. Meses después, cuando los CDs habían roto los paradigmas del siglo XX, en un viaje a Estados Unidos compré el soundtrack de la película y se lo presté a Arturo. Nos encantaban todas las canciones: "Atomic", "Born Slippy" "Lust for Life", "Perfect Day" pero en especial oíamos una y otra vez esa canción de Blur, "Sing", que va:

Can't feel 
'Cause I'm numb
Can't feel
'Cause I'm numb
So what's the worth
In all of this?
Sing to me

Sin saberlo, esa música nos habría de acompañar, a cada uno por separado, por tantos momentos significativos de la niñez y la pubertad; las risas, las vacaciones, los amigos de la cuadra, las travesuras en el recreo, estudiando para los exámenes finales y los miedos mortales a reprobar, los nervios por la(s) niña(s) bonita(s) del salón, los problemas en la casa, las peleas, los gritos, la soledad, los llantos nocturnos, los cambios.

Esa noche, acostados en el sofá de la sala con la lluvia afuera, y los relámpagos, y los trenes que surcaban susurrando, nos quedamos dormidos pensando en nuestros papás; en si algún día estarían juntos otra vez, o si cada uno seguiría adelante con su vida, si nos olvidarían poco a poco, o si fue nuestra culpa, o si se sentirían tan vulnerables e infelices como nosotros. Ahí, refugiados en casa de mis abuelos mientras afuera la familia se caía a pedazos, llevándose consigo nuestra infancia y abriéndole paso a una adolescencia problemática, mi primo y yo, sin decir nada, sabíamos exactamente lo que estaba pasando, y nos consolábamos en silencio, deseando que al final todo mejorara.



Can't feel 
'Cause I'm numb
Can't feel
'Cause I'm numb
So what's the worth
In all of this?
Sing to me