jueves, 22 de noviembre de 2007

Otoño


Recuerdo aquella vez en la que regresé, después de tantos años al lugar donde nací y crecí. Era un sentimiento extraño, el que se había apoderado de mi. Todo era tan familiar, y al mismo tiempo, tan desconocido, como si se tratara de uno de esos sueños en donde sientes que ya has estado ahí de cierta manera antes.

Estando allí, recordé que cuando era chico, me encantaba ir al parque que se encontaba a unos minutos de mi casa a ver las hojas de otoño caer, y jugar con ellas. Me sentía tan feliz, estando allí, como si mágicamente el mundo se detuviera, y la naturaleza te regalara un momento para bailar, solo tú y las hermosas hojas que volaban sobre el suave viento de Noviembre.

Era otoño, y tenía muchísimas ganas de ver las hojas. Inmediatamente, le hablé a un amigo, que años atrás, había sido uno de los mejores amigos que he tenido en toda mi vida. La distancia lamentablemente nos separó, y dejamos de frecuentarnos. Sin embargo, constantemente pienso en él, y me pone triste pensar en todo lo que vivimos cuando niños y el saber que ahora hemos tomado cada uno caminos distintos. Pero tristemente, este tipo de cosas sucede cuando uno envejece. Uno olvida a las personas, y con ellas, se olvida a sí mismo. Por suerte, el no me había olvidado y aceptó mi propuesta de visitar el viejo parque. Acordamos vernos allá y entonces, emprendí el viaje.

Llegué entonces, en menos tiempo que el estimado, probablemente porque la distancia parecía más larga cuando niño. Allí se encontraba ya mi amigo, observando los árboles del parque, contemplando con la mirada fija hacia arriba. Caminé entonces, y me paré junto a él. ¡Qué feliz me sentí al verlo! No había cambiado nada, y por un instante, pensé en los buenos momentos que tiempo atrás habiamos compartido. Ocho años habían pasado, y aqui nos encontrabamos, todavía viendo las hojas caer.

Pero este año, las hojas no habían caído. Por alguna extraña razon, el otoño no había llegado todavía al parque, y las hojas se encontraban aún en sus ramas, ansiosas por llover y decorar el pasto con su anaranjado esplendor. Decepcionado y triste, volteé a mi amigo y le dije:

-"Que lástima, aún no han caido las hojas..."-
Mi amigo, volteó hacia a mi, y casi sorprendido, sonriente y amable como siempre, contestó:
-"¿De que hablas? ¿No las ves? !Está repleto el lugar de ellas!"
-"¿Dónde? No veo una sola hoja en el parque."- Respondí. ¿Acaso se había vuelto loco? No había señales del otoño en aquel viejo parque.
- "Vamos, yo se que puedes verlas. Inténtalo. Busca bien, pero no busques en este parque, mucho menos en aquel triste árbol, busca sino dentro de tí. Allí estan, viejo amigo, yo lo se. Busca bien, y las verás."

Se esforzaba tanto en ver las hojas en donde no lo habían, y fue entonces que las vi. Todo volvió a mi, como el más hermoso de los recuerdos hecho realidad. Y me vi a mi mismo, en ese mismo lugar.. !Que joven me veía! No tenía mas de diez años, y ahi estaba, saltando y riendo, en medio de un mar de brillantes, mil y un hermosas hojas de otoño. Todo es tan sencillo cuando uno es niño, y no había cosa mas sencilla en el mundo. Sólo un niño y sus hojas, y eso bastaba para ser feliz.Y me sentí tan feliz en ese momento, que toda la tristeza del mundo había desaparecido.

Es como cualquier cosa en la vida. Una vez alguien muy sabio me dijo que para encontrar la verdadera belleza de las cosas hay que saber ver a través de ellas. Me sobran razones para creer que mi amigo era una de estas personas. El me enseñó a ver la verdadera belleza de las cosas, y a ver hojas donde pareciera simplemente un jardín vacío.

Después de un tiempo, decidimos marcharnos del parque, felices de haber podido ver nuestras hojas.Y la verdad no estoy seguro si fue mi loca imaginación, pero podría jurar que en cuanto dimos la vuelta para regresar, a lo lejos, una pequeña hoja se desprendió de la rama del viejo arbol, y flotó suavemente por el aire...