domingo, 19 de junio de 2011

El ático del Universo




Félix tomó todos sus miedos:
sus angustias,
su atroz desesperación
y su sed por cosas nuevas.
Escribió una carta, 
leyó un libro, vio una película.
Tomó muchas tazas de café, 
fumó mucho, bebió mucho,
fumó mucho, lloró mucho,
caminó mucho, oyó mucho,
durmió mucho, durmió poco, 
rió poco, habló poco, 
sonrió poco, se distrajo un poco,
viajó otro poco, cambió un poco,
miró un poco, intentó un poco, 
se tomó a sí mismo con ligereza, un poco, 
y del mundo que lo rodea, se burló un poco...
quizá más.

Agarró todo eso que nubla y que dificulta y que duele muchas veces
y lo encerró en el ático del universo
de su mente intranquila de dos filos.
Y se sentó en una de las sillas de la mesa que alguno de los inquilinos había donado a la vecindad.
Era un jueves inerte del mes de julio y hacía frío en la tierra debajo del cielo.
Acababa de llover.