martes, 24 de noviembre de 2009

Un sueño recurrente

Es muy tarde, pasada la medianoche cuando veo el navío abrirse paso por las aguas.
Es impresionante, aun a distancia puedo apreciar su majestuosidad. Un crucero enorme de contorno delimitado por cientos de brillos plateados. Parece constelación, una Argo Navis que navega por este océano ruidoso que tantas veces llegué a escribir y que ahora se materializa en formas dulces del subconsciente. Todo es tal como lo imaginé.
Los cielos exhalan un céfiro cálido que pese a la tardanza hace recordar a tierras lejanas y que me sigue impulsando. Mi embarcación que es tan modesta y tan humilde, un pequeño bote destartalado rema, sigue remando valiente o estúpidamente por la muerta noche.

Y entonces comienzo a seguir un rastro de luces que emanan del buque. Estiro la mano, la hundo en el mar. Las puedo tocar, las voy recolectando como migajas por un bosque. Se conectan una con la otra, un adorno navideño del cual me he asido y por el cual tiendo mis riendas a la redención.
Entonces me doy cuenta que estás ahí, todo el tiempo estuviste ahí. Me abrazas por la espalda y te puedo sentir tan presente como ayer. Tu calor... y yo que sigo remando. Tirando de la cadena tratando de llegar a donde se hay que llegar. Alcanzando el barco fantasma.

Las olas estrellan, se estampan mutuamente, la sal sazona cada instante del viaje. Y los violines siguen sonando desde el subsuelo marino, un piano toca su pieza tranquila, una diminuta voz también se hace sonar y exige un armisticio. Continúo acercando nuestro velero cada vez más y vemos pasar únicamente calma y consuelo por los albores del horizonte.

Y de repente nada tiene sentido. Todo este tiempo que estuve rodeado de tanta belleza y lo mucho que me esforcé en tratar de llegar al barco, creyendo en la necesidad de un destino. ¡Todo tan efímero y tan vano! Me tomas de la mano y me pides soltar la cuerda, dejar de luchar contracorriente. Y entonces nos sentamos y contemplamos el yate que da vuelta y se marcha con su prisa tan lenta. Te miro y me miras y sonrío. Un roce de labios.

Abro los ojos pero no me quiero levantar. Es ya de noche, tengo que despertar, pero no quiero. No quiero razonar nada ni comenzar a descifrar este sueño. Me niego.
Duele que le siga soñando recurrentemente a alguien que ya no existe, que ya no está aquí y que quizá es solamente una quimera, una figura ficticia en la que quiero seguir creyendo pero que no puedo. Es una batalla perdida, no puedo con todos estos pensamientos que provees y que vuelven acechando por la noche como fantasmas extraviados. Por el momento sólo quiero recostarme un poco más, volver a mi océano y a mi velero. Tratar de no pensar, aunque sea por lapsos fugaces, cerrar los ojos, sentir la brisa y dejar de pensar..

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