Félix estaba allí la noche que nos drogamos tanto que empezamos a decir pendejadas.
Ya sabes, puras pendejadas.
Pero en ese momento nos creíamos grandes poetas, en serio.
Creíamos que estábamos teniendo la conversación más profunda.
¿Cómo se llama eso? Seudo-filosofía o lo que sea.
Queríamos escribir canciones fantásticas desesperadamente.
Queríamos ser una banda de verdad con canciones propias, y buenas. Ya sabes, música de verdad.
Así que fue una decisión unánime ya que nada más había funcionado.
Además, lo vimos como una especie de terapia de grupo.
Fue la primera vez que fumamos marihuana.
Nos fuimos a acampar los cuatro: Diego, Raúl, Félix y yo.
La verdad es que fuimos más que principiantes. Fuimos los junkies más tetos y estúpidos del mundo.
Ni siquiera pudimos armar bien un porro.
Cuando finalmente pudimos, encendimos nuestras esperanzas e inhalamos curiosamente.
Todos hicimos estupideces mientras nos drogamos.
Diego no podía parar de reírse, ni siquiera se podía sentar bien, constantemente chocaba con Félix.
Raúl estaba de chistosito. Le había dado payaso, todo le era hilarante y quería que todos nos carcajeáramos con él.
Para ser honesto, yo me sentí raro casi todo el tiempo, no podría describir el sentimiento.
Al principio estaba muy nervioso. Mi cara estaba entumida, mis dedos congelados.
Mi mente funcionaba de forma hiperactiva pero por alguna razón, sentía como si el tiempo se hubiera alentado un poco.
Luego, no sé porqué, dije algo sobre una gota de agua que caía en una flama enorme, extinguiéndose, lo cual sonó medio poético, así que lo apuntamos inmediatamente en una pequeña libreta que traíamos a todas partes, a aquí y a allá, por si acaso se nos ocurría alguna letra impresionante.
Al final, no escribimos ni madres. Babosadas ilegibles y una sola y triste frase.
Eso fue todo.
Pero Félix estaba diferente. Me acuerdo muy bien.
Él estaba tan sólo recostado en su sleeping, viendo al techo de la tienda de campaña.
Raúl había puesto ‘Lucy in the Sky with Diamonds’ en su celular, para agarrar el feeling y eso había hecho que Félix descendiera por un hoyo; dijo que sentía como si estuviera en ese barco, navegando por el río con los árboles de mandarina y todo. Nos cagamos de risa.
Estaba drogadísimo.
El chiste es que ni siquiera estaba tratando de ser chistoso.
Recuerdo que dijo, medio inspirado, medio confundido:
-En serio puedo ver el cielo de mermelada y sentir la corriente y todo. Se siente increible. ¿Qué no se supone que la marihuana no daba efecto visual?...
O esta es excelente mota, o de plano mi cerebro se está luciendo.-
Pero luego dijo algo que ninguno de los tres se esperaba.
-En ocasiones como esta, pienso que la imaginación es la cosa más poderosa del mundo.
Realmente no tenemos límites.
Y quizá eso por eso que todo lo que construimos es, hasta un punto, peligroso.
Nuestras ideas pueden arrastrarse de vuelta cuando quieran, si se lo permitimos.
Podemos perdernos a nosotros mismos y dejar de ser los dueños.
Rebeldía, en todo lo que alguna vez creímos nuestro.
Como si un día nuestra sombra se volteara y gritara:
¡DEJA DE SEGUIRME!
O si los fantasmas de nuestras mentes, esos millones y millones de pedazos de luz, Luciérnagas neuronales,
Nos crearan cada milésima de segundo, en infinita sinapsis.
Y como si el amigo imaginario de nuestra infancia regresara y nos retara, exclamando:
‘¿Sí te das cuenta que todo este tiempo fuiste tú la creación y yo fui el original?’
Como si fuéramos tan sólo la estela de todo lo que hacemos,
De todo lo que decimos.
Fácilmente superados por nuestros inventos.
¿Nunca han pensado en eso?-
Después de eso permanecimos callados un rato. Creo que fue eso fue lo menos estúpido que se dijo esa noche.
Aunque no lo crean, incluso en nuestro estado mental, reflexionamos sobre sus palabras.
Estoy seguro. Incluso si sólo fue por unos segundos.
Eventualmente regresamos a nuestras pendejadas, nuestras risas, nuestro zurcido.
Cosiendo esa amistad tan rota por nuestras ambiciones y deseos de ser alguien en la vida.
Pero ahora que hemos crecido y nos hemos distanciado, esas nociones viejas suenan tan tontas,
Tan superficiales.
Al menos para mí.
Esos tiempos puede que nunca regresen, ¿sabes?
Pero me gusta pensar que no están del todo perdidos, y eso me tranquiliza.
No, no perdidos. Sólo algunas millas lejos.
Recolecto todos esos momentos, los significativos por lo menos, e imagino que son un tren viejo y oxidado que vaga ferozmente sobre sus pistas, apresurándose a través de una vía aparentemente infinita, yendo cada segundo más rápido y estirándose hasta que rompe con el horizonte.
Pero no puedo evitar perder su rastro, lo único que queda es vapor.
Y se va. Ha desaparecido.
Solamente el polvo permanece en los durmientes gastados.
Y el plateado olor del carbón y del tiempo y de todo lo irreversible.
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