Lo
que están a punto de observar no es nada más que mentiras. Ficción
pura. Tan sólo fantasía; historias falsas que nos contamos a
nosotros mismos para entretenernos un rato y olvidarnos de nuestros
problemas, o quizá para tratar de comprendernos o para aprender o
para creer que aprendemos. Y para que exista una historia
generalmente se necesitan dos ingredientes; alguien que la cuente y
alguien que la escuche. Es muy importante que existan estos dos
elementos ya que sin ellos, el relato muere, no puede existir. Aquel
que cuenta la historia requiere a alguien que la reciba o en mejores
palabras, alguien a quién engañar y quien acepta el relato necesita
- por supuesto- ser engañado. ¿Qué acaso no lo necesitamos todos?
Es
todo un círculo vicioso, un ejercicio autopoyético de la
imaginación.
Pero
esta narración pertenece a ese tipo raro de ficción en la que los
límites de la realidad no están bien delimitados. Es decir, se
intersectan constantemente, coinciden en tiempo y espacio, hasta el
punto en el que son casi indistinguibles e indivisibles. Los hechos y
las entelequias de repente son uno mismo, la ilusión es una certeza
y lo más creíble, irónicamente resulta ser lo fantástico.
“¿Quién
dijo qué, a quién y por qué? ¿Y qué tanto de esto es cierto?”
La verdad es que no existe una verdad. Todo es un cúmulo de
incertidumbres y usted, estimado espectador ya forma parte de ella,
lo
quiera o no.
Y es que en el fondo quizá todos seamos un poco insensatos y pidamos a
gritos que nos engañen y nos fascinen, una y otra vez. Qué cosa más
extraña…
Pongan
mucha atención:
Del
libro “Plagas y Placeres del Mar Profundo” (1997) escrito por el famoso
biólogo marino, el Doctor Elías Humbert Flores Uhlenbrock.
A
vísperas del siglo pasado, en 1900 para ser exactos, la
Compañía
de Desarrollos de
California
comenzó
la construcción
de
canales de riego
para
desviar el agua
del Río Colorado
al
Sumidero
de Salton,
un lecho
de un lago seco.
Después
de la construcción
de
dichos canales,
el Sumidero
se
volvió
fértil
durante
un tiempo,
lo cual permitió a
los agricultores sembrar
cultivos.
Sin embargo, al cabo de
dos años, el Canal Imperial (o canal del Álamo) se llenó de
sedimentos del Río Colorado. Los ingenieros trataron de aliviar los
bloqueos en vano. Para 1905, las fuertes lluvias y el deshielo habían
hecho que el Río Colorado se hinchara, invadiendo un conjunto de
vías principales del Canal del Álamo. La inundación resultante se
vertió por el Canal e irrumpió un dique en el Valle Imperial,
erosionando dos cursos de agua, el Río Nuevo -al oeste- y el río
Álamo -al este- cada uno de aproximadamente 60 millas (97 km.) de
largo. Durante un período de cerca de dos años, estos dos ríos
recién creados transportaron esporádicamente
el volumen entero del río Colorado en el Sumidero de Salton.
El Ferrocarril Pacífico
del Sur intentó detener la inundación vertiendo tierra en el área
de las vías principales del canal pero su esfuerzo no fue lo
suficientemente rápido y, mientras el río se fue erosionando más y
más en la seca arena del desierto del Valle Imperial, se creó una
gran cascada que comenzó a cortar rápidamente río arriba a lo
largo del camino del Canal del Álamo, el cual ahora era ocupado por
el Río Colorado. Dicha cascada medía inicialmente 15 pies (4,6 m.)
de altura pero creció hasta una altura de 80 pies (24 m.) antes de
que el flujo a través de la brecha fue finalmente detenido.
Mientras la cuenca se fue
llenando, la ciudad de Salton, un apartadero del Ferrocarril del
Pacífico del Sur y algunas tierras pertenecientes a la tribu de
nativos americanos Torres-Martínez quedaron sumergidas. La llegada
repentina de agua y la falta de drenaje de la cuenca dieron como
resultado la formación de un nuevo mar; el Mar Salton.
Fue
así como a través de la acción e ingenuidad de fuerzas externas que el hombre logró engañar a la naturaleza y creó su propio mar
accidental. Helo ahí. Justo en medio del desierto. 350 millas
cuadradas inmersas en la confusión. El cuerpo de agua más grande de California, y
ni siquiera se supone que estuviera ahí. Vida en el lugar más
inhóspito y exánime que pudiéramos imaginar. Un milagro en el
desierto.
Al
percatarse de esto, contratistas y agentes de bienes raíces
rápidamente trataron de convertir el desastre ecológico en una
oportunidad de negocios. Resorts,
clubes de yates y casas de verano fueron levantadas a la menor
provocación y por un momento
el
sueño americano pareció cada vez más real.
Sin embargo,
pese al poderío de la infraestructura estadounidense, las horribles
y heroicas condiciones climáticas se defendieron y el mar Salton
se tornó contra la humanidad.
Verán,
al no tener un flujo de salida -únicamente de entrada- el Salton se
convirtió en un sistema de cambio acelerado; variaciones en los
escurrimientos agrícolas causaron fluctuaciones en el nivel del agua
y la relativamente
alta salinidad de la afluencia que alimentaba al mar dio lugar a un
perpetuo aumento salino. Desde entonces, la concentración
ha incrementado en aproximadamente un 1% al año.
Para
la década de los sesenta, la salinidad del Salton había alcanzado
los 44 gramos por litro, mayor que las aguas del Océano Pacífico.
Los
residuos agrícolas, combinados con el calor y la presencia de otros
minerales en el agua dieron origen a la proliferación de algas
marinas y elevados niveles bacterianos. Dichas algas roban al agua sus nutrientes hasta el punto en el que ya no contiene el suficiente
oxígeno para que los peces puedan respirar. Y éstos, ahogados en la
ironía, mueren y sus cadáveres son arrastrados a la orilla.
Los
turistas crédulos y los inversionistas ineptos despertaron
un día sólo para encontrar a sus narices y ojos, petrificados e
indefensos contra el mórbido espectáculo que ante ellos se
presentaba.
Playas
repletas no de arena ni conchas, sino de los esqueletos pulverizados
de incontables millones de peces que habían perecido ante la
salinidad, el vaciado de pesticidas y el sofocante calor del desierto
californiano. Y sus restos emitían un olor a
vísceras y a abominaciones, a infausta
sangre coagulada -una atmósfera putrefacta irrespirable- como
un ominoso presagio de lo que les deparaba. Ya que por cada segundo
que permanecieran en ese lugar maldito, los
peces se acumularían cada vez más, sus osamentas comiéndose la
tierra, reclamando un nuevo hogar al haber sido expulsados del
océano.
Todos
huyeron. No hubo más edén, no más paraíso bajo el sol. La vida
que tan estrepitosamente había sido creada como por arte de magia se
rebeló contra sí misma -incapaz de aguantar un minuto más el
exquisito narcisismo del hombre posmoderno- y puso fin a la
simulación. El único espejismo sincero del desierto se quedó
dormido esperando vecindarios y carreteras que nunca llegaron y
entonces, la tierra prometida murió y de sus despojos emergieron
pueblos fantasmas a lo largo de toda la costa. Helo ahí.
Congelado en el tiempo, el Valiente Nuevo Mar como un pequeño
recuerdo de que algunas cosas sencillamente están destinadas a no
tener destino.
Y
aunque todos los
científicos especializados, incluyendo el famoso biólogo marino, el
Doctor Elías Humbert Flores Uhlenbrock concuerden que el Salton está
destinado a secarse tarde o temprano, hay todavía algunos que
aseguran que el triste océano sigue latiendo. Pues
por cada mililitro de
mar que se evaporase, víctima
de las mismas circunstancias que lo engendraron, los
peces en su pugna taciturna lo volverían a llenar dulcemente de lágrimas.
Creo
que este es un buen momento para contarles que todo esto pasó en la
vida real. No es el prefacio de una obra de ciencia ficción
post-apocalíptica, ni mucho menos. Sucedió en esta vida, en ninguna otra, en
California de 1900 a 1960, producto de un pequeño error de cálculo que desencadenó una aventura geológica de ridículas proporciones que hasta la fecha continua desdoblándose.
Parece ser que el cuento del Mar Salton es uno de los casos que Mark Twain mencionaba, en los que la realidad supera a la ficción.
Parece ser que el cuento del Mar Salton es uno de los casos que Mark Twain mencionaba, en los que la realidad supera a la ficción.
“¿Quién
dijo qué, a quién y por qué? ¿Y qué tanto de esto es cierto?”
La verdad es que no existe la mentira. No hace falta.
La realidad es más que suficiente
para contar esta quimera.
Por lo tanto, empecemos esta farsa.
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