Tantas veces después de mucho razonamiento y en gran parte durante el proceso de revelado, me habría de formular con el tiempo, la teoría de que principalmente existían dos tipos de personas en el mundo: El primero, el cual superaba en buena cantidad a su subalterno y se observaba con una facilidad digna de resaltar, componía sus cimientos de aquellos individuos que presentaban una predilección por ser ellos mismos los actores de sus fotografías. Es decir, por permanecer frente al ojo captivo de la cámara en vez de identificarse como retratistas, tejedores de sus propias historias, quienes conformaban el grupo minoritario y que se encuentras siempre detrás del lente, captando cuidadosamente los detalles que resultarían tal vez para otros tan invisibles e impalpables.
En esos días, el laboratorio fotográfico no demandaba precisamente mucho. Por las tardes, después de sumergir los negativos en el líquido revelador, seguido del baño de paro sólo para culminar con la aplicación del fijador, se lavaban las imágenes y se colgaban dejándose secar por aproximadamente treinta minutos. Éste periodo de inactividad repetido por lo general unas siete u ocho ocasiones al día traía consigo, inevitablemente, grandes lapsos de ocio, episodio tan temido que por muchos momentos fue el enemigo a vencer y contra el cual se podían presentar tantas armas como la imaginación diera lugar.
Pero justo cuando el ingenio escasea, víctima del tedio y la creatividad se dedica al divagar y lo único que se obtiene en respuesta al grito de ayuda es un panorama en blanco, cuando no se tiene otra salida y no hay recursos a los cuales huir es cuando uno termina por construir hipótesis como ésta. Empiezas tratando de responder las preguntas más efímeras de las que se pudiera tener conocimiento. Te planteas todo tipo de escenarios surreales con tal de satisfacer, aunque sea momentáneamente, los placeres fugaces y transitorios de la curiosidad humana. Quizá en ningún otro instante de tu vida las hubieras elaborado, pero en ese momento, en el turno vespertino de las cuatro a las doce del centro de revelado Lumière, esas cuestiones son esenciales, son como aire fresco para unos pulmones colapsados y su resolución, como una inhalada de alivio y tranquilidad contra el mounstro del hastío.
Es así como luchas la batalla no sólo contra el aburrimiento sino contra el reloj, aquél cínico invento del hombre que por momentos pareciera conspirar en tu contra y que orquestara alguna clase de chiste enfermizo. Es así como volteas al cronógrafo y la aguja avanza un espacio. Recopilas las fotografías que se encuentren terminadas y las empaquetas en un sobre con paciencia, atiendes a los clientes, recibes los pagos uno por uno y cuidadosamente entregas los pedidos a sus respectivos destinatarios, únicamente para ser testigo que los engranes se han congelado y que el mecanismo frío y egoísta que interpreta el tiempo ha transcurrido tan solo del cinco al seis que la larga y delgada manecilla segundera recorre a su ritmo y completo antojo.
¿Y qué se puede hacer ante esa impotencia? Nada más que seguir combatiendo fuego con fuego, seguir confiando en la habilidad traicionera de poder generar supuestos y en la capacidad seductora de litigar entre soluciones fantásticas, buscando postergar su impostergable muerte. Hasta que casi por error tropiezas con algún aspecto de interés, algun esquema de tintes complejos que valga la pena volver analizar con detenimiento. Es así como basándote en la prueba y el error terminas acuñando conjeturas sobre la vida, algunas que parecieran apuntar a la veracidad casi con precisión científica y otras que acaban siendo refutadas poco menos del par de minutos prosiguientes de su enunciación. Por ejemplo, cuando compruebas que al vagón de las líneas azul y verde del metro le toma exactamente dos minutos transcurrir de estación a estación, y cuando rechazas algunas tan descabelladas como aquella que dice que toda mujer que fume cigarrillos probablemente ya haya tenido sexo (o no esté lejos de).
Y es de ésta forma como el tiempo se vuelve tu aliado y pareciera que tuviese grandes vacíos en su contrato de continuidad, al darte cuenta que son casi once y media. Y aunque tratas de no romper el encanto, en el fondo sabes que esas teorías son tan propias como el nombre que te dieron tus padres.
Porque algunas tramas fueron diseñadas para convertirse en telarañas.
Slow motion
Hace 2 años
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